Todo esto me ha estado estresando mucho, el otro día comí demasiado rápido porque no veía la hora de entrar a clase, y chifa para colmo que es pesado, y un par de horas después me dió nauseas, estuve escupiendo vilis apoyado en un arbol, en la berma central entre dos pistas. Tuve que meterme en una farmacia y tomar agua y pastillas para que se me bajara. Luego de eso me han estado saliendo granos bastante grandes en la frente y al sentir uno de ellos casi pensé con morbo autosádico que sería una vena de estrés. Pero aún no me he ganado ni eso.
Por otro lado, estoy desarrollándome gracias al nuevo hábito de escribir que me ha dado el blog, a eso y a los fetichismos que ciertos animes me han alludado a contraer. Así, de pensar en colegialas con tatuajes paso a ver los tatuajes de los yakuza, y pienso en que una colegiala, siendo adolescente, quizá tenga mucho que ver con la rebeldía que es tan sintomática a esa edad, quizá incluso se relacione con una rebelión violenta, pero justamente si es violenta, su familia yakuza estará solo orgullasa de ella, y la niña no tendrá cómo liberarse. Y así por fin, tras un largo bloquéo de alrededor dos años, logro escribir otra vez, narrar durante dos páginas un par de escenas bastante densas y coloridas. Falta mucho para concluirlo, la historia aún está fragmentaria, es inverosimil y vitalista, se parece a mi vida pero no es creible. Estoy pensando que para las escenas más yakuza debería remitirme más a Takeshi Kitano, con su crudeza desencantada y miserable. Definitivamente nunca habrá yakuzas más inverosímiles que los de Tarantino (justamente esa es su gracia).
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