Entrada destacada

Cónicas del Templo Negro

Después de muchos años de revisión y de buscar la forma de editarme, he vuelto a decidirme por la autoedición. El 4 de julio estará disponib...

domingo, 20 de junio de 2010

El gato de mi novia o la novia de mi gato

Hace tiempo postee el video del corto Kanojo to Kanojo no Neko, por entonces agregándole nada más que el título de "No lineal". Frente a la ocasión, sin embargo, procedí a redactar una impresión un tanto más estructurada, que ha sido publicada en el nuevo blog de Shinbunka (valga la redundancia, pues su nombre de por sí significa "Nueva cultura").
Kanojo to Kanojo no Neko

lunes, 14 de junio de 2010

George Lucas (and Hideaki Anno) raped our childhood

Cuando una obra maestra se entrega al público, esta deja de pertenecerle a nadie. Más aún si es como las verdaderas obras maestras, que los creadores producen en contra de las exigencias del mercado, con presupuesto ajustado, considerados locos. Esas cosas en las que la mayoría de detalles son accidentes y que, de pronto, un espectador tiene la suerte de descubrir, cual un secreto personal que ni siquiera el autor conocía, la brillante genialidad de esos accidentes. Y entonces empieza a rodar de boca en boca y se vuelve tema obligado y hasta clásico, y ya lo ves hasta en la sopa y podrías hasta olvidar por qué lo amaste, y lo odiarás si no te marcó en los tiempos en los que aún fue puro. Sí, tienes la esperanza de que te haya marcado, y ello tiene la esperanza de haberte marcado para hacerse inmortal siendo tuyo y no del dueño de su propiedad intelectual.

¿Y qué pasa cuando el creador, ahora convertido en vaca sagrada, decide que continuará, o hasta reconstruirá lo que a tantos ha marcado? Lo hará sin duda con la promesa de que esto es el mismo ser que arde en tu corazón, de que te mostrará algo real, y te devolverá a la nostalgia de lo tuyo. Pero no puede mostrártelo sin quitártelo. Y además, esta vez no habrá quien descrea de él, no habrá accidentes geniales, y no habrá forma de que descubras algo nuevo y secreto en lo que ya es obvio para todos, pero ahora, despojado de su genialidad, pretende tomar el lugar de tus sueños.
Esto lo escribo por el Rebuild 2.22, pero creo que es idéntico a lo que sintieron los más acérrimos fans de Star Wars con el Episodio I.


domingo, 6 de junio de 2010

El Empalador - Capítulo I

El blog está un poco rediseñado y he decidido colgar, por si acaso como muestra, el primer capítulo de la novela "El empalador", sobre la vida y leyenda de Vlad Tepes. Como ya muchos saben, el libro fue editado en Lima en el 2007. Se dijo que era la primera novela gótica en el Perú, pero es una de las tantas mentiras que suelen decir los editores. El hecho es que en el Perú hay mucha literatura fantástica por desenterrar. Todavía tengo muchos ejemplares y siempre cargo alguno conmigo, in case you were wondering.


I

Los cascos del caballo resonaban sordamente sobre el camino de tierra. A sus dos lados, el bosque pasaba de largo, espeso y oscuro en la fría noche. Sus elevadas ramas apenas dejaban pasar la blanca luz de la luna llena que penaba entre las azuladas nubes. Y cada cien metros, casi a modo de hito, se erguía una alta y aguda estaca de madera. En su punta, cada una de ellas tenía colgado un cuerpo humano atravesado por completo. Algunos miraban hacia arriba, otros al suelo. Había unos tantos sin brazos o piernas y hasta quienes habían sido desollados por completo. La mayoría eran guerreros turcos, pero varios otros podían bien ser lugareños. Mujeres y hombres, desde jóvenes hasta ancianos, cubiertos de cuervos que volaban despavoridos al pasar el jinete, flanqueaban la ruta que ascendía, cada vez más retorcida, hacia lo alto de la cumbre al final del desfiladero.

Al llegar al fin del camino, el jinete detuvo su caballo ante las puertas del viejo castillo Poenari de Valaquia. Las enormes sombras de cumbres espectrales aseguraban que no habría otro modo de acceder a este lugar. La sólida y compacta estructura romana, reconstruida por el voivoda, tenía un gran círculo de estacas a su alrededor. Los olores de la tierra del camino y la putrefacción de los cuerpos se mezclaban en el aire helado de la noche.

-¿Quién va?- gritó un guardia desde lo alto del muro.

-Vengo a ver al señor Vlad- respondió el jinete.

-¿Quién sois?- volvió a preguntar el guardia.

-Solo un mensajero- recibió por respuesta. La voz ronca venía desde bajo una capucha negra descosida por los años.

El guardia esperó un momento una respuesta algo más convincente, pero ante el silencio solo se sonrió.

-¿Ves a ese de ahí, a tu izquierda?- dijo despectivamente.

El jinete alzó levemente su mirada hacia el cadáver. Era de un hombre mayor, bastante obeso y medio calvo. Su carne seca ya se había tornado oscura y estaba recubierta de picotazos de cuervo. Los ahuecados orificios oculares miraban hacia el cielo. De su boca abierta brotaba la punta de madera, recubierta de sangre vieja.

-Él y otro cura vinieron como tú a hablar con el voivoda. Su amigo, al ver cómo castigábamos a los turcos, dijo que estaba mal, mientras que éste mintió, pretendiendo agradarle. Y por tal mentira fue que el voivoda lo mandó empalar.

El viento soplaba en el escaso cabello gris del monje y en la larga capa del jinete inmóvil.

-Sí, he escuchado varias cosas semejantes sobre el señor Vlad. Dígale que es urgente.

-Creo que fui claro- reiteró el guardia-. ¡Explícate o vete ya!

Su voz retumbó en el largo bosque que cubría todo cuanto podía verse. Abajo, frente a la puerta, el mensajero seguía inerte. El guardia se rascó la cabeza. Sería mejor avisarle al mismo voivoda.

Momentos después el jinete oyó un crujir de metales tras el portón de madera que no tardó en abrirse. El caballo cruzó el umbral de roca y fue dejado en el establo, mientras su amo entró a una pequeña sala rústica. El suelo estaba cubierto por una piel de oso y las paredes de piedra pelada, a su vez, por el resplandor de un gran fuego en la chimenea. Junto a cada una de ellas había dos soldados, listos para cualquier cosa, con el bajo techo no muy sobre sus cabezas. Al centro, de pie, un hombre delgado de largos rizos negros. Sus grandes ojos oscuros emanaban una especie de lucidez desorbitada y fanática, mientras bajo su alta nariz puntiaguda un espeso bigote cruzaba su cara. Llevaba un tocado verde, de cuyo centro brotaba una gran pluma negra. El resto de su cuerpo estaba cubierto por una ancha casaca de piel de oso con botones dorados, de cuya izquierda pendía una espada enfundada. Al lado del voivoda estaba su esposa, una dama de cara fina y pura. Su pelo azabache contrastaba con su largo vestido blanco.

-Buenas noches, señor Vlad- dijo el mensajero en tono solemne, arrodillándose-, sois de suma importancia. Os hemos buscado durante largo tiempo. Sois único para el mundo, así como es única la que renacerá vos mediante. Espero nos oigáis tanto ahora como cuando las cosas se tornen más difíciles.

Terminó y se volvió a levantar, aún sin mirar al voivoda a la cara. Se veía bastante pálido.

-¿Quién eres?- preguntó el príncipe burlonamente, - ¿Qué es todo este barullo?

-Soy solo un mensajero.- volvió a decir el visitante -. Tengo que hablar con vos en privado.

El príncipe y su esposa lanzaron una carcajada. La proposición era demasiado típica. Todos los asesinos la hacían y ya no funcionaba.

-¿Mensajero?- preguntó el voivoda- y ¿quién te envía?

-Vengo de España.

-¿Cómo te llamas?

-Eso es irrelevante. Traigo un mensaje urgente para ser oído solo por vos.

-¿Y no me lo puedes dar aquí? ¿Ni siquiera sabiendo que si lo difunden, mis guardias morirán tan dolorosamente como tú si no lo hicieras?

El príncipe avanzó hacia el mensajero y clavó sus indescifrables ojos en él. Por unos instantes se hizo un silencio espeso entre ambos.

-Es un mensaje solo para vos- repitió el enviado.

-¿Cuántas veces van que nos cuentan esto, querida?- preguntó el voivoda con desgana a su esposa -¿Tres? ¿Cuatro?

-Sí, creo que esta ha de ser la quinta- respondió ella en el mismo tono.

-Pensé que la exhibición de afuera era lo bastante impresionante.

-Parece que tendrás que añadir uno- rió la princesa.

Él rió con ella, se acercó y ambos quedaron mirándose por un momento eterno, congelados uno en el otro.

-¡Oh, mi dulce Jadviga!

El príncipe le clavó lentamente un beso suave y con mucha fuerza.

-No creo que queráis hacer eso, señor Vlad- interrumpió el mensajero, - pronto perderéis vuestro reino, junto con otras cosas aún más valiosas, y ya no tendréis en qué apoyaros.

-¡Guardias!- ordenó el voivoda- Desármenlo y enciérrenlo hasta mañana.

Los cuatro soldados rodearon al visitante que no hizo más que sonreír mientras le quitaban su espada y se lo llevaban. Las puertas del salón se cerraron y la pareja quedó a solas.

-¿Qué tal si realmente fuera un mensajero?- bromeó ella.

-Pues, si tuviera algo importante que decir, ya mandarían otro más educado a hacérmelo saber.

-No lo sé. España está muy lejos. Tardaría en llegar aquí.

-Sin embargo, la patria primero se la gana con sangre...

-...y se la rige recién luego. Sí, es verdad. No está nunca de más ejecutar a un impertinente. Además, ya hace un mes que no lo hacemos. No deberíamos perder la costumbre.

Los dos volvieron a reír y se tomaron de las manos, amándose en la lumbre del decreciente fuego.

-----------

Si tienen suerte, la novela aún está disponible en algunas librerías como Época, El Virrey o Quilca, aunque no es tan seguro como contactar al autor en glauconaryue@gmail.com

miércoles, 2 de junio de 2010

¿Revolución?

El acto revolucionario no se trata tan sólo de cambiar la realidad de las cosas, sino de hacerlo manifiestamente a todas luces. Quizá incluso es más un acto de habla que otra cosa, el decir que todo va a cambiar, incluso si no cambia mucho a nivel material. Los anarcopunks de Atari Teenage Riot andan por ahí con el megáfono como símbolo, como acto de protesta abierta, rebelión explícita, contestatismo directo.

Yo hace unas semanas me sentí un poquito revolucionario, cuando me pidieron dictar un curso que exalte valores cristianos. Por supuesto, esas restricciones de contenido fueron lo último que me comunicaron, después de convencerme que eran un curso de literatura de posgrado y todo eso. En fin, de entrada tuve que buscar la manera civilizada de expresar mis peros sin tirarlo todo por la borda. Cuando les dije que de por sí no se podía uno aproximar a la literatura esperando que esta confirme valores preestablecidos, y que un texto resultaba original en la medida en que se apartaba de la ideología convencional, las coordinadoras me insistieron que "ojalá encuentre a alguien", como diciendo "invéntate uno, pues", y me sugirieron que había que trabajar con los alumnos las moralejas de los cuentos, pedirles que se identifiquen con los personajes y piensen qué hubieran hecho en su situación.

Incluso los más católicos de mis colegas de área quedaron escandalizados al oír la anécdota. Ante el dilema de un curso inviable, acabé hablando con la decana de la facultad, una persona sumamente culta pero también manifiestamente católica a su modo. Aunque hubiera sido del todo inapropiado declararme abiertamente demoníaco en esa situación, compartimos la conclusión de que quizá el aspecto religioso era una de las menores diferencias entre nuestros credos, si compartimos un amor al arte como tal y una valoración de la libertad que las artes pueden no exaltar de manera retórica, sino despertar en el mismo acto crítico del receptor. Con todo esto en mente, decidí pasar un tanto por alto cualquier otra recomendación y, aunque el curso se quedó con el título de "Literatura Formativa", inició como centrado en el pastrulo, anarquista y polimístico Jack Kerouac. El mejor ejemplo para que los jóvenes aprendan a escapar de casa, celebrar orgías, drogarse y ampliar su espíritu en el proceso.

A fin de cuentas, eso tampoco duró mucho. No porque nadie se quejara, sino porque de por sí el curso nunca tuvo más de una alumna. Después de dos semanas, ahí quedó. Pero espero que haya quedado como antecedente y tema de discusión para todos los implicados, al menos.