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miércoles, 2 de junio de 2010

¿Revolución?

El acto revolucionario no se trata tan sólo de cambiar la realidad de las cosas, sino de hacerlo manifiestamente a todas luces. Quizá incluso es más un acto de habla que otra cosa, el decir que todo va a cambiar, incluso si no cambia mucho a nivel material. Los anarcopunks de Atari Teenage Riot andan por ahí con el megáfono como símbolo, como acto de protesta abierta, rebelión explícita, contestatismo directo.

Yo hace unas semanas me sentí un poquito revolucionario, cuando me pidieron dictar un curso que exalte valores cristianos. Por supuesto, esas restricciones de contenido fueron lo último que me comunicaron, después de convencerme que eran un curso de literatura de posgrado y todo eso. En fin, de entrada tuve que buscar la manera civilizada de expresar mis peros sin tirarlo todo por la borda. Cuando les dije que de por sí no se podía uno aproximar a la literatura esperando que esta confirme valores preestablecidos, y que un texto resultaba original en la medida en que se apartaba de la ideología convencional, las coordinadoras me insistieron que "ojalá encuentre a alguien", como diciendo "invéntate uno, pues", y me sugirieron que había que trabajar con los alumnos las moralejas de los cuentos, pedirles que se identifiquen con los personajes y piensen qué hubieran hecho en su situación.

Incluso los más católicos de mis colegas de área quedaron escandalizados al oír la anécdota. Ante el dilema de un curso inviable, acabé hablando con la decana de la facultad, una persona sumamente culta pero también manifiestamente católica a su modo. Aunque hubiera sido del todo inapropiado declararme abiertamente demoníaco en esa situación, compartimos la conclusión de que quizá el aspecto religioso era una de las menores diferencias entre nuestros credos, si compartimos un amor al arte como tal y una valoración de la libertad que las artes pueden no exaltar de manera retórica, sino despertar en el mismo acto crítico del receptor. Con todo esto en mente, decidí pasar un tanto por alto cualquier otra recomendación y, aunque el curso se quedó con el título de "Literatura Formativa", inició como centrado en el pastrulo, anarquista y polimístico Jack Kerouac. El mejor ejemplo para que los jóvenes aprendan a escapar de casa, celebrar orgías, drogarse y ampliar su espíritu en el proceso.

A fin de cuentas, eso tampoco duró mucho. No porque nadie se quejara, sino porque de por sí el curso nunca tuvo más de una alumna. Después de dos semanas, ahí quedó. Pero espero que haya quedado como antecedente y tema de discusión para todos los implicados, al menos.

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