Entrada destacada

Cónicas del Templo Negro

Después de muchos años de revisión y de buscar la forma de editarme, he vuelto a decidirme por la autoedición. El 4 de julio estará disponib...

martes, 26 de julio de 2011

Las sombras de Arkham

Hay una sombra, una duda que me sigue carcomiendo el reverso de los sesos, y lo peor es que no puedo decir exactamente qué es. Hay algo en Arkham Asylum que me sigue afectando. Sí, la idea de partida es genial, pero el desarrollo del guión no es nada impresionante. Los dibujos son buenísimos, pero en cuanto a narrativa gráfica, al uso de las viñetas, la verdad es que no me sorprendió. No mientras lo leía. Cerré el libro y pensé que sus criaturas quedarían atrapadas entre sus páginas, pero no fue así. Los demonios febriles laten en algún lugar entre mis nervios, recorren mi sangre como mugre infiltrada. ¿Cómo llegaron hasta ahí? Esa es la peor parte, que quizás siempre estuvieron ahí. Que quizás como el tarot y la misma casa de Arkham, el libro también es un espejo de los lados oscuros del alma, sus imágenes no son más que sombras que me obligan a nutrirlas de mi propio horror. Así como todos los villanos son los demonios del mismo Batman, que a su vez es sólo una idea del viejo loco Arkham, así mismo se convierten en la pesadilla de cada lector sin que este se dé cuenta, hasta que ya es demasiado tarde.

viernes, 22 de julio de 2011

El monje maldito

Entre las muchas historias que aparecen dentro de la historia de los Elíxires del diablo, la pequeña e inocente Aurelia cuenta la historia cómo de niña descubrió la existencia del Mal mientras leía la historia de la novela El monje de Matthew Lewis. Como muchas novelas románticas, Los elíxires del diablo de E.T.A. Hoffman también es un juego de cajas chinas, menos intrincado que algunos, pero estructurado como parte de la aventura errática, interminable, fugitiva, que siempre vuelve a empezar y se multiplica de las formas más inverosímiles, aunque sus personajes hayan muerto ya varias veces.
Pero el tema sobre el que lee Aurelia es también el tema de la novela de la que ella misma forma parte. El protagonista en ambos casos es un monje maldito, parte de monasterios que de por sí ya resultan extrañamente góticos. En alguna época, la iglesia solía ser símbolo de salvación. Escuché alguna vez a un viejo hablar con horror sobre el día en que los símbolos del bien y del mal se confundirían. Sonaba como una antigua profecía. Pero la transvaloración ha empezado hace mucho tiempo, y de hecho ya se ha completado muchas otras veces, como cuando Pan se transformó en Belzebú. Las cruces que pretendían elevar el cementerio hacia la vida eterna ahora son sólo parte de su lúgubre muerte, y las iglesias que solían ser el último refugio ante la perdición se vuelven el hogar mismo de los condenados.
El más emblemático de los monjes malditos, y cuya historia también aparece en la historia de los Elíxires, es por supuesto San Antonio, que como materia fue lo bastante demencial para merecer también un cuadro de Dalí. Las visiones más infernales sólo le son reveladas a los más santos, santificados por su enfrentamiento al Diablo. Al final, la diferencia que cuenta es entre lo terrenal y el más allá, mientras se pierde una clara distinción entre el bien y el Mal. ¿Cómo diferenciar las visiones divinas de las infernales? ¿Cómo saber si son lenguas por gracia del cielo o una posesión demoníaca? La línea es categórica, tajante, filosa, delgada, invisible, terriblemente arbitraria e intercambiable.
Definir el bien es crear el Mal. Partir el mundo en dos, soñar la pureza, es producir monstruos y demonios que emanan de la misma religión, que al final son parte de ella.
Medardus, por su parte, nace bajo el signo del bien y del mal a la vez, se balancea hasta el final sobre el filo de la navaja y logra alcanzar una extraña, imposible redención, quizás por el mismo hecho de destruir a sus congéneres. Ambrosio, en cambio, el monje de Lewis, sigue un camino de decadencia irreversible que lo acaba arrojando a las manos del Diablo y para convertirse él mismo en un demonio.

If God is our father, you thought, then Satan must be our cousin. Why didn't anyone else realize these important things?
Maynard James Keenan