Entrada destacada

Cónicas del Templo Negro

Después de muchos años de revisión y de buscar la forma de editarme, he vuelto a decidirme por la autoedición. El 4 de julio estará disponib...

domingo, 27 de noviembre de 2011

Sangre, demonios y mucho sexo - cuentos de Carlos Carrillo

Hace un par de años escribí una reseña de la tercera edición del libro "Para tenerlos bajo llave" de Carlos Carrillo para una revista sobre sexo. La revista estaba era proyecto de otro amigo que le había puesto el título Envergadura. No era pornográfica, pero tampoco dejaba de ser explícita y escatológica. Al final, nunca vio la luz, y ahora que rencuentro el texto, lo cuelgo aquí.

Lo conocí cuando empecé a frecuentar aquel oscuro hueco que ahora ha cambiado su nombre a Zarko. En medio de la colorida ebriedad de la calle de las pizzas tan cholibudense se abre, para el que sepa ver, un delgado pero profundo orificio con paredes negras recubiertas de rostros demoníacos, donde resuena hace años la furia de la música metal. Carrillo es un tipo bajo e intrigante, siempre con comentarios graciosos y una mirada maliciosa y ambigua, pero a la vez firme y parsimonioso, siempre indescifrable. De día es abogado, y de vez en cuando llegaba también al bar aún con saco y una corbata de Kiss, pero cuando podía siempre vestía casaca de cuero o un gran abrigo negro. Para muchos es El Pitufo Sodomita, y para algunos también un Maestro del Mal.

No fue poca mi sorpresa cuando me pasó por primera vez un cuento suyo. El tema no era otro que la condesa sangrienta Elizabeth Bathory, una legendaria bebedora de sangre y violadora, referente ineludible para todo metalero y/o vampiro, inmortalizada entre otros por grupos tan oscuros como Cradle of Filth y Venom. Algunos detalles dejaban que desear, pero el cuento como un todo hacía honor a la condesa, una figura a la que por cierto pocos cuentos han hecho honor (tenemos quizá las descripciones de Pizarnik), más aun en un país nacionalista que se jacta de una "tradición realista" y se niega a escribir sobre personajes foráneos. En fin. Poco después supe que este era en verdad parte de un libro, del que me hizo llegar la segunda edición, en cuya portada figuraba el cuerpo desnudo y sodomizado de una mujer sin rostro, y a la vuelta el mismo Carrillo, montado con un látigo sobre una caja de la que sobresalían la cabeza de alguna víctima con los ojos tapados. Evidentemente era un volumen bastante inapropiado para leer en espacios públicos. Como su título rezaba, más bien era "para tenerlo bajo llave". Pero, como dije, esta era la segunda edición. De la primera sólo he logrado escuchar rumores, que fue una publicación extremadamente clandestina, conocida por apenas un puñado de iniciados. Cabría también preguntarse por el contenido de aquel libro, considerando las diferencias entre la segunda edición y la tercera que ahora circula. Hay varias adiciones notables a modo de bonus tracks, como el par de temas en vivo y versiones alternativas que suele incluir la reedición de un buen disco metal, pero también se hacen extrañar varias de las andanzas del mismísimo Pitufo Sodomita.

Los bibliófilos que han comentado esta tercera versión, insisten principalmente en la malignidad y perversión que recorre los relatos de Carlos Carrillo. Tampoco es para menos. De manera contextualista han sugerido relacionar la obra de Carrillo con la de Sergio Galarza, Oscar Malca y demás posmodernistas decadentes con los que coincide en el desenfadado cinismo, el protagonismo de la banda sonora y, sobre todo, la violencia urbana. Cuentos como "Cristales rojos", "Euforia permanente" y "Si a trece le quitas cuatro tienes nueve" se centran en violaciones y asesinatos indiscriminados narrados a modo de hazañas personales. La indiferencia ante el entorno social a la vez que se agrava su degradación puede ser tildada flojamente de "realismo" como se ha solido hacer con esta generación. Sin embargo, en la narrativa de Carrillo estos temas son apenas la punta de un lovecraftiano iceberg que guarda en el fondo un amplio repertorio de monstruos y demencias mayores. (Lovecraftiano fue como califiqué a Carrillo en la presentación de su libro. Él meneó la cabeza y murmuró algunas cosas que daban a entender que no estaba muy de acuerdo, pero con cada relato suyo que leo me convenzo más de que ha logrado digerir a Lovecraft mucho mejor que yo por sus sueños espeluznantes, sus descripciones de cuadros satánicos y la sensación de un universo oscuro en constante expansión, a cada momento más profundo y enorme de lo que parecía, como un iceberg). Muertos vivientes, humanos artificiales, santas malditas y muchas otras bestias aguardan al final del oscuro pasillo. Bien vistos, la mayoría de sus cuentos le deben bastante más a la tradición de la literatura gótica, tan negada en el Perú, en la que lo demoníaco emerge del subconsciente y la pesadilla para materializarse de forma patente en nuestro mundo cotidiano.

Algo que sin embargo tienen en común casi todos los cuentos de Carrillo de ambas clases es el sexo. El sexo en sus más diversas e inusuales formas. Abunda ante todo el sexo oral, pero también está la urofilia, la zoofilia, el estupro infantil, la necrofilia, entre otros. Para comprender el papel que este elemento juega en los relatos de Carrillo, evidentemente habrá que relacionarlo con las demás cosas que plagan sus historias. El sexo invoca a los demonios y motiva a la mujer-lobo, pero es también practicado por héroes rebeldes y asesinos. En última instancia, se trata de una relación entre el sexo y el poder violento. Un sexo que representa la liberación a través de la violencia. Sería fácil caer en el freudismo para reducirlo a algo edípico y fálico, pero en Carrillo también los personajes femeninos adquieren poder de la misma manera que los masculinos, quizás hasta en mayor cantidad de casos. Ambos géneros entran en la misma condición de clandestinidad y fuerza brutal, revueltos en el amplio terreno fuera de lo permisible. El sexo, desde su condición de prohibido, abre las puertas hacia el universo de todo lo oculto y negado, lo que solemos "tener bajo llave", un mundo oscuro y desconocido de infinitas posibilidades y también gran peligro, la liberación de las pesadillas subconscientes que destruyen el mundo delimitado por la pacatería y la razón. Ahora recuerdo que nuestras conversaciones sobre lujuria y sadomasoquismo nunca han sido efusivas ni morbosas, sino siempre graves y serias.

Críticas como Rosermary Jackson han sostenido que en ese sentido la literatura gótica apunta a hacer un mundo más libre y mejor, esclareciéndonos al llevarnos más allá del oscurantismo y revelando puntos de vista productivos. Quizás no sea tan así, y sólo se trate de la explosión de una fuerza pujante e innegable que es el caos de la verdad de nuestras pasiones profundas, las cuales pueden traer placer y desgracia de forma igualmente desmedida y salvaje. Para Carrillo el caso más frecuente es el segundo. El sendero simplemente conduce a la perversión absoluta o la ley del más fuerte en la que el que no mata, muere, y los vencedores siempre son glorificados en su propia brutalidad.

Es en ese sentido que el sexo es más efectivo cuanto más degenerado, pues es mediante el espanto que causa que se convierte también en poder. Acaso para causar este espanto este sexo debe ser tanto más explícito y retorcido que la dulce y romántica necrofilia de Edgar Allan Poe u Horacio Quiroga, para la cual la sociedad ya ha tenido cierto tiempo de buscar escusas que la oculten y nieguen. Para invocar al demonio es que el sexo de Carrillo es crudo y espinoso, ruidoso cómo el más potente thrash metal, innegable.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Otra de mis sombras

El compañero y escritor Julio Meza publicó una reseña a El Empalador. Más que sobre la novela, el texto habla sobre mi persona, y menciona cosas que no recuerdo con precisión, pero que me han hecho reir mucho. Pone por escrito algo que otros ya han sugerido de pasada, el hecho de que tras la publicación no tardó en crearse una pequeña leyenda en cuanto a lo que la gente esperaría que yo fuera. El autor nunca es la persona que produce al texto, el autor es una imagen que el el texto proyecta, porque no se puede ser autor si no se es autor de algo. La metonimia se precipita rápida e inconscientemente hacia sus últimas consecuencias, igualando a la novela con su protagonista y al autor con su novela, con lo que para muchos yo mismo también ya soy el empalador.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Chistes en serio

La cosa con los comics es cada vez más seria. La verdad, yo no quería dedicarme del todo a eso, ya saben que me interesan igual o más los libros prohibidos y los muertos vivientes, todos esos rollos decadentes del siglo XIX. Pero si mi carrera de literatura se centra en el siglo XIX, ¿a qué rayos me dedicaría hoy en día? Ser un muerto en vida suena interesante, pero ser profesor toda la vida podría no serlo tanto.

Involucrarme con los comics a la larga, en cambio, podría conectarme con una industria viviente, bullente, en el peor de los casos debatir sobre obras siempre nuevas y, si caigo en alguna esquina del planeta donde el medio aún está estigmatizado, luchar por desarrollarlo, no por difundir cultura antigua, sino por abrir paso a un futuro aún por escribir.

Aquí al medio le queda ya muy poco de su antiguo estigma. Una chica que me ve con el libro de Scott McCloud bajo el brazo podrá aún decir "Qué monada", pero las facultades humanísticas ya tienen el tema bastante integrado y a Alan Moore y Frank Miller como referentes indispensables por todos lados. De hecho, este semestre discutiremos sobre Watchmen como parte del syllabus de dos seminarios.

El uno es, evidentemente, un seminario sobre comics. Decir seminario también es relativo, es lo que se llama aquí un "Blockseminar", donde todo va en bloque y en total solo dura dos fines de semana. La primera mitad es en gran medida un curso en el que tres profesores alternantes de distintas especialidades explicarán los fundamentos para comprender el estado actual de la discusión. La segunda parte será un coloquio con invitados de toda Alemania, al parecer los mayores expertos que hay por aquí. El eje temático, que justifica el tratamiento interdisciplinario, es la intermedialidad, la adaptación de la literatura al comic o del comic al cine o al anime o al cosplay (sí, estos últimos ejemplos también se mencionaron en el syllabus). La bibliografía no incluye a Daniele Barbieri, cuyo libro quisiera poseer hace mucho tiempo y que desde el título anuncia una importante hipótesis: "Los lenguajes del comic" - la historieta es en sí una amalgama de distintas artes que nos habla desde las más distintas direcciones, pero además de combinar imagen y palabra, también como narrativa visual o en su montaje trasciende todo lo anterior.

Por otra parte también leeremos Watchmen en un seminario mucho más exigente que el anterior. El profesor Hans-Joachim Backe (o Hajo) hace ya un tiempo es conocido por tratar esta clase de temas y sus cursos tienen inmensa demanda. Las plazas se llenaron rápido y tuve que aparecer sin inscribirme en la puerta del salón para preguntar si acaso no les sobraba un asiento. El título del seminario es "Del héroe mítico al superhéroe", y se trata de una revisión bastante abarcadora cuya segunda mitad profundiza en cultura popular contemporánea pero que, necesariamente, debe empezar desde La Ilíada y el Cantar de los Nibelungos para que las cosas se hagan en serio. Por otra parte culminará con Watchmen y, por si fuera poco, Sucker Punch. Cada alumno debe además hacer una exposición, lo cual al yo aparecer de improviso me tomó bastante ofuscado, pero al final decidí participar con la película de Shoujo Kakumei Utena: Adolescence Mokushiroku, para que no falte una cuota de manga y anime.

En la biblioteca de la universidad también hay una sección bastante seria de comics. Están Robert Crumb, Neil Gaiman, Hugo Pratt, Calvin y Hobbes, junto a todos los imprescindibles de Europa y América. Por supuesto la gran omisión es Osamu Tezuka: a los alemanes aún queda por expandir más las miradas hacia oriente.