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martes, 24 de febrero de 2009

Biblioteca cerrada

Lector lento, tarde como siempre, paso recién a darme una verdadera vuelta explorativa por la biblioteca nacional, dado que ya estaba por ahí. Bonito edificio moderno, divertido ver la señal que indica el registro de ISBNs y proyectos editoriales. Mapa con cierto estilo que combina con la arquitectura moderna del edificio. Libros diversos en vitrinas, sobre ciencia principalmente, libros nuevos y viejos, interesantes de ver. Dos ascensores y una gran escalera metálica. Segundo piso: salas de lectura. Salas de referencia, de investigación, y, finalmente, un cuarto con un par de mesas vacías y unas escasas personas leyendo. Libros en vitrina, algunos pocos, incluyendo Crepúsculo. Un único libro viejo a la mano del pasante: el diccionario. Recinto amplio y silencioso, agradable, pero vacío. ¿Pero dónde está la fuerza de la biblioteca? Una pequeña puerta a un costado, sombría pero abierta. Avanzo por un pasillo con alguna iluminación y al fondo veo carritos, estantes, libros, muchos libros, y algunos escritorios desrodenados, un depósito de concreto de techo bajo, y entonces una voz de mujer me detiene y me explica que no se puede entrar ahí y que, como en la puk, hay que buscar los libros en el catálogo y pedirlos en el mostrador. Que por lo tanto no vale la pena venir a la biblioteca sin algo concreto en mente, a explorar y ver qué se encuentra. Que este es un recurso práctico, pero no una aventura del conocimiento ni un laberinto de pasillos oscuros llenos de nombres, ni un mar de letras con olor a madera vieja, pues en este país no se puede confiar en nadie. En fin, de todas maneras sirve de algo, quizá de mucho.