Entrada destacada

Cónicas del Templo Negro

Después de muchos años de revisión y de buscar la forma de editarme, he vuelto a decidirme por la autoedición. El 4 de julio estará disponib...

lunes, 4 de noviembre de 2019

Hundirse en el silencio

Decir: "Esa cosa bella que ves, soy yo."
equivale a decir: "Yo, como conciencia, asumo el rol de un objeto inerte. Acepto la identidad que tú interpretes para ese objeto."

La película de Oz Perkins, en Netflix desde 2016, es un siniestro cuadro minimalista sobre la soledad y la pérdida de la identidad, cuyo horror tiene profundas raíces filosóficas. La enfermera Lilly nos anuncia desde un principio que está muerta. Pero, aun más importante, nos anuncia que en esa casa hay "una muerte". Es una muerte que al parecer no pertenece a nadie en particular. Puede decirse que la muerte disuelve las conciencias, las identidades, las voluntades y el tiempo, una oscuridad profunda en la que todo rostro se desdibuja.


La primera línea pareciera aludir a la conciencia cinematográfica, implicando el rol del espectador como cómplice de la cosificasión y hasta su participación en el rol masculino de la mirada freudista. A la vez, nos plantea un problema fenomenológico, sobre la dificultad de nombrar al sujeto consciente sin convertirlo en un objeto pasivo. La violencia del lenguaje es la de designar siempre al otro y, por lo tanto, de otrificar siempre lo designado.

La señora Blum, la dueña de la casa, fue alguna vez dueña de su lenguaje, fue escritora. Pero ahora solo ve los días pasar en un estado senil. Los administradores de la casa tienen puestas las mejores esperanzas en que muera pronto para poder hacer algo más productivo con la propiedad. La mente de la señora Blum también está hundida en el olvido, y jamás reconoce a la enfermera por su nombre, sino que insiste en llamarla Polly. Según parece, Polly es un personaje de su libro, alguien que murió hace muchos años, pero sobre quien no es posible decir nada en concreto...

El silencio y las sombras dominan los pasillos de la casa y rodean a la enfermera hasta asfixiar su voz y llenarla de visiones paranoicas. Asumir el rol de Polly, la desaparecida, la olvidada, significa entrar en el ciclo de la tradición, compuesto por la violencia y el olvido. Si apenas pudimos deducir la existencia de Polly por vagas señales, si Lilly es un eco cíclico de este crimen, ¿no serán infinitas las vueltas que da la historia, olvidada una y otra vez? Esta es la historia que la muerta intenta reconstruir, una y otra vez, la historia de una muerte, la suya, la de todas. La muerte.

Pero eso es algo que pasa de largo, y la historia es una de silencios y de sombras, de lo que no se ve. Es una historia de repeticiones, de rutina y repetición, los rituales del quehacer diario que desdibujan el tiempo y en su banalidad se convierten en la tumba de la individualidad. Convertirse en nada más que una mano de obra alienada, ni siquiera en un espacio de trabajo, sino en el trasfondo de la vida diaria, es lo que la película conecta con desvanecerse y fundirse con las paredes, volverse cosificada e intrascendente.

La historia de Polly está escrita, desde un principio, por la señora Blum. Es ella quien interpreta y cosifica a la enfermera como Polly, quien, en ese sentido, la empareda. Sus palabras acaban reproduciendo la violencia que pretendían deconstruir, repiten el crimen que intentaban comprender. Es así que la señora Blum también escribe su propia muerte, pues al negar la humanidad de otras, deshace la suya propia.

Llegamos así a Beauvoir y el imperativo de la solidaridad para poder crear una feminidad afirmativa. La película muestra una problemática de la escritura feminista, que no puede sino convertirse en desescritura, porque su grito clama expresar precisamente el silencio y la limitación del lenguaje, los siglos de oscuridad y olvido, el punto ciego que se posiciona siempre de manera conveniente para negarla. Ahí está Cixous, gesticulando con una corporalidad que el lenguaje no puede asir. El papel de generaciones de mujeres olvidadas, hundidas entre las paredes, reclama la escritura, o al menos la presencia cinematográfica, del silencio mismo.