Entrada destacada

Cónicas del Templo Negro

Después de muchos años de revisión y de buscar la forma de editarme, he vuelto a decidirme por la autoedición. El 4 de julio estará disponib...

jueves, 17 de febrero de 2011

El hombre, el lobo y el mono

Hace ya un par de semanas salió en la colección de la República un brevísimo volumen con tres cuentos de hombres lobo. Es sintomático que haga falta una recopilación, pues la figura del licántropo no cuenta con un representante literario de peso, sino sólo referencias desperdigadas, un mayor arraigo en el folklore, pero ningún gran personaje único. Su trascendencia se la debe más bien a las películas de monstruos en las que se consolidó, ligeramente, la estirpe de los Talbot. Incluso así, la revisión de este volumen no deja de producirme gran interés y provocarme varias impresiones y conclusiones. Pero vamos por partes.
El primer relato, El lobo gris, resulta demasiado escueto y con infinidad de cabos sueltos. El plato fuerte, en cambio, es el cuento del entrañable Rudjard Kippling. Como habría de esperarse de Kippling, el cuento sucede en la India. Esto no tendría relevancia si no coincidiera con la anécdota mencionada en la película The Wolf Man y el cuento de Leopoldo Lugones titulado ocasionalmente La licantropía. Parece que según varias versiones europeas, el hombre lobo viene de la India, aunque no exista una versión hindú del caso. Con el cuento de Leopoldo Lugones, además, existe otra extraña coincidencia. Habría que aclarar que para el argentino, licantropía se refiere, en contra de su etimiología, a la transformación del ser humano en cualquier animal. En este caso, de hecho, se trata de un mono. Probablemente sea por eso que el relato se haya hecho más conocido con el insípido título de Un fenómeno inexplicable. Pero en fin, volviendo al cuento de Kippling, el hombre se convierte en lobo o una bestia que se compara con él, pero por obra y gracia de Hanuman. ¿Quién es Hanuman? El célebre dios mono, que en verdad no tiene mucho que ver con los lobos. Algo hay entre los lobos y los monos, entre el folklore europeo y la religión hindú. Sin embargo, queda por desentrañar dónde estará esa conección, por ahora entre sombras.
El tercer cuento del volumen, de Eugene Field, es por otra parte el más explícito y coherente. Su narración es clara, rápida y concisa. Sus referencias teutónicas también construyen un trasfondo medieval decadente y, sin embargo, es precisamente esta claridad, esta luz que echa sobre el asunto, la que disipa la oscuridad y el misterio.
Otro aspecto que se nota en los tres cuentos es uno que logra contrastar por fin al hombre lobo con la idea clásica del vampiro. El horror, en los tres relatos, no proviene del lobo como un monstruo agresivo o un enemigo que fuera a atacar al héroe. El problema del hombre lobo es precisamente que no es un monstruo a tiempo completo, el horror no está en enfrentar al hombre lobo, el verdadero horror es ser el hombre lobo. Si bien para Rosemary Jackson el "mito de Drácula" se centra principalmente en el contagio, esta no ha sido una característica trascendente para los demás vampiros clásicos, como Lord Ruthven y Carmilla, y en cambio lo importante es que el mismo Drácula de la novela es, en todo momento, un monstruo de pies a cabeza, esencialmente malo. El hombre lobo, en cambio, es poseído por un mal, una maldición, y ni siquiera hace diferencia si esta se contagia por mordida, por rituales y por herencia, siempre y cuando viene de afuera y penetra en el ser, disgregando el yo. Esta desintegración de la identidad es la razón por la que la figura también ha sido comparada con el extraño caso del Dr. Jeckyl y el Sr. Hyde.
Por supuesto, esto pierde relevancia con interpretaciones recientes. Cuando se intenta enfocar el punto de vista de ser un vampiro, como hace Anne Rice, el resultado, desde cierto punto de vista, no es tan distinto. Cuando se los mete en el mismo saco y se los chocolatea con antologías de monstruos junto con zombies, fantasmas, marcianos y robots, hasta convertirlos en parte de un repertorio estándar de malos, es bastante seguro que su sentido original se haya perdido por completo y que la distancia entre sujeto y objeto esté insalvablemente banalizada.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

En una película que ví del hombre lobo se transmitía el virus de padre a hijo(hereditaria)y también el contagio se daba por mordedura. mas que lobo parecía mono jaja

Anónimo dijo...

¿por qué haces la separación hombre, lobo ?

Glauconar dijo...

El nombre lo he visto más veces escrito separado.
La película que mencionas es "The Wolf Man", originalmente de los años 40 y con un remake el año pasado, en el que salían Benicio del Toro y Anthony Hopkins. El personaje es John Talbot, el hombre lobo más famoso de todos a quien mencioné por ahí.