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martes, 28 de octubre de 2008

El Diablo y los demonios

Dice San Agustín que Dios no creó el mal, sino que este es apenas la carencia del bien de Su perfección. Está aquí implícito, primeramente, el hecho de que todo aquello que se aparta de la perfección de Dios es en Su concepción maligno, que por ende mientras Dios y la realidad son una (aunque halla varios caminos para llegar a Él que concuerdan todos en Su unidad), las desviaciones son muchísimas, incontables, infinitas. A diferencia del Diablo único que concibiera LaVey y era necesario para fundamentar una iglesia (cuya página por cierto volví a ver hace poco y recordé por qué en un principio me pareció un ridículo, lo cual no obstante no tiene por qué ofuscar su teoría siempre y cuando la desliguemos de su práctica como persona), en relación con la curiosa paradoja del juego donde Diablo es nombre propio de un demonio más, yo planteo así la demonología como plural. Los demonios son como aquellos surcos negros carcomidos de termitas en las páginas del libro, pero como si estas carencias, estos huecos, adquiriesen por la gracia de nuestra todopoderosa concepción una calidad positiva. Aparece entonces la noción de cuán crucial puede ser el tema de la calidad positiva en asuntos teológicos, y de lo arbitraria que ha desmotrado ser esta desde que se plantease la idea de la diferencialidad. ¿Cómo se relaciona, en verdad, el poder reconstructor y dador de sentido del Übermensch logos, opuesto a la existencia de una archee apeiron inefable, con el tema de lo que está y no está, las presencias y carencias, si puedo tanto leer como activo el blanco como el negro? Pero si aun hablamos del apeiron contra el logos, entonces queda patente la relativa impotencia de la archee en la medida en que ha permitido surgir a este opositor que es el innegable punto de vista cogital, que el hecho de que haya existencia alguna se debe a que hay orificios y parcialidades y así deseo, y aquel orificio por el que surge el yo y el deseo opuesto a la necesidad imperativa para así quebrar el edén, ese es el demonio al que yo llamo Lilith.

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