Hace unos días comentaba sobre libros excesivamente largos, pero a la vez el estilo de las ficciones brevísimas, los microcuento, se esparce entre muchos otros autores, sobre todo en Latinoamérica, siguiendo el ejemplo de Poe y Cortázar. Coincide con la cantidad de imitadores que tuvo el haiku en la región (aunque en ese caso con pocos resultados presentables). La microliteratura parece una solución para quienes no tienen el presupuesto para dedicarse a la escritura a tiempo completo, y para los lectores que no tienen el tiempo de dedicar horas de su día a un libro. Quizás lo que les falte a la mayoría de lectores ni siquiera sea el tiempo, sino la paciencia, la tolerancia de cuánto pasa entre un click y otro, la capacidad de concentrarse para un texto que sea más largo que una entrada de Facebook o una línea de chat. Pero incluso en esas circunstancias fugaces, un microcuento se dejaría leer, compartir, copypastear y difundir viralmente.
En mi caso, supongo que mis microcuentos tienen demasiado de haiku. El arte del microcuento es por lo general el de condensar una anécdota en palabras objetivas, sin digresiones ni adornos. Pero en vez de empezar con el mínimo e ir agregando detalles, yo tuve que empezar con una visión cósmica psicodélica, y luego ir podando, replegando tres palabras en una cada vez más polisémica y prismática, intentando no perder todos los sentidos que contenía un texto más largo. Eso es lo que comunmente se llama un poema.

No hay comentarios.:
Publicar un comentario